Ahora me pregunto ¿es necesario desconfiar?, yo diría que sí, pero no de nosotros ni de los otros, sino de la desconfianza misma y de los conceptos a través de los cuales nos hemos construido, depositar nuestra fe en la desconfianza nos ha llevado a construir iglesias en las que la culpa y el miedo gobiernan nuestra mente y nos llevan a dudar de cada paso que damos, de cada pensamiento que tenemos, de cada palabra que pronunciamos y de cada persona que nos encontramos, llevándonos incluso a creer que tenemos que protegernos para evitar ser atacados.
Nuestras creencias no están hechas de realidad, es la realidad la que está hecha de nuestras creencias. ¿Qué importa lo que otros opinen si son mis pensamientos, dirigidos por mis sentimientos, los que moldean mi realidad?, ¿Qué importa lo que otros digan si son las palabras que utilizo para comunicarme las que construyen mi camino?, ¿qué importa lo que otros hagan, bueno o malo, si son mis actos los que me mantienen en el mismo lugar y mis juicios los que me tienen dividido?
Tal vez movernos y empezar a descomprimir el espacio y el tiempo en el que se mantienen nuestros pensamientos des-haga realidades y con ello personas que creemos para siempre; sin embargo el redirigir nuestra atención a lo que pensamos, decimos y hacemos para darle otra salida, nos otorgue la libertad que solo nuestra aprobación puede darnos y empecemos a hacer lo más revolucionario que podemos hacer en una era en donde toda la energía está enfocada en dispersarnos y distraernos de nosotros mismos: PRESTARNOS ATENCIÓN