no me abandonaría para no ser rechazada, ni dudaría de lo que siento para ser aprobada.
Si no tuviera miedo me entregaría por completo a misma y dejaría de esconderme para ser reconocida, elegiría cada día quién quiero ser y cómo quiero ser, dejaría de ser para el otro y sería más para mí, me liberaría de la idea de lo que creo ser.
Si no tuviera miedo dejaría de creer en la creencia del placer y del dolor, dejaría de creer que tengo que confiar en mí y empezaría a hacerlo, dejaría de llamar amor a lo que llamo amor y simplemente lo viviría, dejaría de decir “culpa” y solo sería sin culpa, dejaría de otorgarle realidad a las palabras que nombran lo que es bueno y lo que es malo, dejaría de llenar vacíos con palabras.
Si no tuviera miedo dejaría de juzgar al otro, sería más sincera conmigo misma y dejaría de buscar espejos para proyectarme, me miraría más y avanzaría sin pensar en quién o qué dejo atrás, estaría más atenta a mi corazón y elegiría lo que es mejor para mí; sentiría mejor, pensaría mejor, diría mejor, miraría mejor, actuaría mejor, viviría mejor, sería mejor.
Si no tuviera miedo intervendría menos en mi mente y sentiría más mi corazón, le prestaría más atención a mis pensamientos y a mis sentimientos, y los elegiría cada día en cada palabra y en cada acción, dejaría la falsa necesidad de creer que siempre tengo la razón y preguntaría en vez de tratar de tener el control.
Si no tuviera miedo permanecería más en silencio, dejaría de fabricar escudos emocionales porque creo que tengo que protegerme; mi piel sería la determinación, mi idioma la claridad, mi visión la seguridad y mi fuente el amor; si no tuviera miedo sería el amor.
Ahora ¿Qué me impide hacerlo? Pensar que el miedo es real.